viernes, 18 de enero de 2013

Galletas de cristal prueba II: castaña y Mickey Mouse

Me había quedado la espinita clavada de la otra vez que intenté hacer galletas de cristal, sobre todo porque me había quedado la sospecha de cuál podía ser la solución a mi problema de horneado. Quería ponerlo en práctica y comprobar si estaba en lo cierto. Si además tienes a un público entregado (a comer cualquier cosa), y sobre todo si una persona especial te regala algo especial, aún adelantando el regalo de Navidad; solo está la opción de intentar hacer algo especial.
Llevaba una semana (y un poco de tiempo) algo cansada, que empiezo a "currar" (va entrecomillado, porque no cobro) seriamente con un huevo de horas de pie, y el día que las hice tampoco fue para menos. Y aún cansada me apetecía ponerme a hornear.


Además, quería probar con lo que para mi representa el sabor del otoño, la razón por la que me gusta esta época del año, las castañas. Comprar los caramelos también fue todo un show, porque los buscaba de diferentes colores y en uno de los sitios donde miré se me cayeron al suelo. Pero como siempre, que juzguen los que las probaron para ver si mereció la pena.



La receta es parecida a la que usé en el anterior intento de galletas de cristal. Por eso, y debido al poco tiempo que ahora mismo tengo, al menos hasta el jueves que viene; únicamente voy a subir las fotos.




    

















Así que estas galletas, para bien o para mal, son especiales.





PELÍCULA

Parece que debido a los motivos que recortan las galletas, procedería que hablara de una película, por lo menos, de Disney. Pero me temo que no, que no va a ser así. Por mucho sentido que tenga traeros una película de esa factoria, debido a que os estoy enseñando unas galletas que han resultado especiales, voy a dejaros entrever una película que por diferentes razones se ha convertido en algo especial. Por la compañía, por el estilo, por haberme hecho pensar una vez más, por hacer que añore algo una vez más.

Así que si me permiten un redoble de tambores, o mejor aún, si me entonan un do; les presento:


Se trata de una nueva adaptación del libro de "Los Miserables", de Victor Hugo. Digo una nueva adaptación porque existen ya unas cuantas que circulan por nuestras retinas y nuestra memoria. Reconozco que no he visto la antigua película con Liam Neeson como nuestro héroe particular. Ni había visto los musicales de donde parte esta película, porque no ha coincidido que las representaran. Ni he visto entera la serie de dibujos animados que recuerdo de mi infancia, pero que sé que me dejaba con mal cuerpo por lo cruda que era, o que creo recordar que era; aún desfilan por mi cabeza aquellos capítulos en los que Colette estaba con los posaderos, que la obligaban a trabajar y que siempre me traía a la cabeza una canción que he odiaba con toda mi alma ("Lunes antes de cenar, una niña fue a jugar, pero no pudo jugar, porque tenía que planchaaaar").

Pero el caso es que me habían hablado bien de la película, había alguien que quería verla y a mi me apetecía muchos. Nos sentamos en las butacas del cine, y sin previo aviso ni tráilers de otras películas, nos sumergimos en una Francia dañada por la pobreza y suplicando por un mendrugo de pan. Prácticamente es una película musical por completo, muy pocas palabras se dicen. Para bien o para mal, han debido de coger el musical y plasmarlo tal cual. No se me hizo lenta la película, pero sí en cambio se me hicieron pesadas algunas de las canciones, especialmente la de los enamorados (Lo que me recuerda, ¿quién elegiría al yogurín con pinta de gabacho teniendo a Hugh Jackman al lado?).

Él, el héroe es Hugh Jackman, un señor del que dicen guarda Tonys en su casa. Al principio, con esa pinta de hombre devastado resulta por unos segundos irreconocible. Su némesis "legal neutral", que no villano, es Russel Crowe es un poco aplastado por el resto de actores cantantes.Aunque a él le debo una de las escenas que me hizo añorar mi vida cuando quería ser guionista. Casi como presentación nos muestran al policía Javert andando por las alturas, alturas que serán el destino que él elija al final de su historia. Sembrar antes de recoger, una cualidad de las historias que hace que me emocione. Anne Hataway ha sido nominada al Óscar como actriz secundaria por ese papel. Un reparto estelar para enseñarnos cómo era la Francia de aquella época. El problema es que yo no estaba viendo la Francia de aquella época. Repetimos los mismos errores una y mil veces, volvemos a ser el pueblo que por miedo a la venganza no protesta. Que se va a quedar callado hasta que resulte al menos un icono al que seguir. Y los iconos, se consiguen con sangre, con muerte. Rojo, el color del mañana. Negro, el del día que se va. Y me emocioné con los cantos, con las ganas de arreglar el mundo, sabiendo que quizá, debería formar parte de esa juventud que un día lo intente. Con el ánimo inflamado. Pero aún no se ha prendido la mecha, y como el pueblo francés, no sé si cerraremos las ventanas para preferir no ver lo que está pasando.

La historia de ellos dos, los jovencitos enamorados, me resultó cargante, pesada y surrealista. Por el amor de dios, que se conocen de cantar juntos media hora. Y por juntos me refiero a con un montón de vallas de por medio. Las historias de Romeo y Julieta ya no cuelan. 

Y los posaderos. Recuerdo de los dibujos cómo me aterraban esos dos personajes, cómo sentí la crudeza, cómo empatizaba con la niña. Y aquí, la primera vez que salen ellos dos, son dos personajes chirriantes, estrafalarios. Son ni más ni menos que la Boham Carter y Sacha Baron-Coen. Y claro. Pues resulta que su primera aparición es acertada, son personajes odiosos, que te lo cuentan de forma ligera pero en la que puedes entrever verdadero horror social detrás. Y lo que ahí debería quedarse, acaba reapareciendo hasta las náuseas. Histriónicos, cargados y sobrantes. Un alivio cómico, ya que para mi la historia va adquiriendo intensidad dramática incluso a pesar de la terrible historia de la madre de Colette; que no encaja. Que sobra, que se hace cargante.

Sobre la intensidad dramática sí hay algo que me gustaría comentar. Y es que la representación del drama en mayúsculas, de la perra vida, se hace a través de Fantine y su caída a los infiernos. Ella acaba como prostituta, vendiendo lo único que tiene para poder mantener a su hija. Ya ha vendido sus pertenencias, su dignidad, su salud, sus muelas... Pero, el clímax de su desesperación llega cuando decide vender su pelo. Sí, el pelo crece. No es algo que no se pueda recuperar. Pero la sociedad ha convertido el cabello de la mujer en su símbolo, en su identidad y en su feminidad. E ahí lo terrible. Después de eso ya da lo mismo lo que vendas. 

Quizá por todo esto, se ha convertido en una película especial. En algo en que pensar y que en algún momento, "Los Miserables" descansará en mi de momento pequeña colección cinematográfica.

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